jueves, 29 de mayo de 2008

Benedicto XVI: el amor constituyente

Felipe González y González
Presidente Ejecutivo del Centro de Estudios para la Gobernabilidad Institucional

Se han cumplido -en el pasado mes de abril- tres años desde la elección de Benedicto XVI. Desde entonces he leído ocho o diez de sus libros, y sus dos encíclicas. Lamento no haber leído antes sus libros. Después de leerlos pienso que tenía que ser Papa. No es que me haya cambiando la vida, sino que me la ha aumentado. No me ha hecho esperar cosas distintas, pero ahora las espero con más seguridad. No me produce un entusiasmo superficial, sino que me imprime un ritmo vital más significativo.

No he encontrado nada nuevo en la doctrina que expone. Pero me ha acercado a Dios de un modo nuevo para mí, más personal, más existencial, más vital. No sé todavía lo que es amar, y no sé si logre amar a Dios y a los demás como debería. Pero me ha ayudado a descubrir cómo soy amado, y eso garantiza una seguridad, que no puede dar una abultada cuenta de banco, la fama o el reconocimiento de una sociedad que mercantiliza la imagen, el poder o la fuerza que confieren cargos y magistraturas -del tipo que sean-.

Hay tres grandes temas que me tienen deslumbrado en las enseñanza del entonces Cardenal Ratzinger: la verdad, el amor y el sentido de familia que la humanidad adquiere como pueblo de Dios.

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