martes, 22 de mayo de 2007

El movimiento contra la democracia

“Si no hay solución, habrá revolución”. Así rezaba una de las consignas que se exhibieron en la ocupación del Paseo de la Reforma y del Centro Histórico a instancias de Andrés Manuel López Obrador, con el respaldo del PRD y los partidos PT y Convergencia, y el apoyo y la logística del Gobierno del Distrito Federal.

La izquierda busca, con el asambleísmo, el juego de la presidencia ilegítima y el recurso al terrorismo, un camino de carácter revolucionario y al margen de la ley, para subvertir el país. Se busca “un modelo alternativo de nación”, aunque al final se tropieza con la misma piedra. Ésa a la que Martín Luis Guzmán, llamaba “ambicioncilla ruin” de los políticos mexicanos, y que les priva de la creatividad, para la que es imprescindible la generosidad.

La izquierda mexicana está demostrando que la vía democrática es un simple medio para conquistar el poder. Que no hay la visión de un país incluyente y progresista. Que el único objetivo de la conquista del poder es ejercerlo.

En definitiva lo que estamos viendo es el espectáculo de unos grupos políticos y sociales configurados alrededor del PRD y de Andrés Manuel López Obrador que buscan descarrilar el tránsito del país, de un modelo político hegemónico de dominación, hacia la democracia, la participación, la igualdad de oportunidades y el Estado de Derecho. “A corto plazo —escribe Roger Bartra— está(n) construyendo un foco activo de deslegitimización de la transición democrática que, de manera agresiva, confronte al gobierno.”[2]

La reacción de Andrés Manuel López Obrador, como resultado de las elecciones del 2 de julio, ha sido la esperada. La izquierda mexicana no sabe, no quiere o simplemente no puede llegar al poder por la vía democrática. Se evidencia, por si no estuviera claro a estas alturas, que no son demócratas, sino manipuladores de la democracia.[3]

El comportamiento contra-democrático de estos ‘políticos’ mina la credibilidad de líderes sociales, de autoridades e instituciones y trata de generar desconfianza, desorden y caos, para subvertir el orden social y cívico de la Nación, con el objeto de provocar un fenómeno violento que les permita, de alguna forma no democrática, obtener el poder. Un poder que es entendido no competencia jurídica, sino como simple fuerza o violencia que permite la imposición de sus deseos o querencias, con el recurso a una supuesta voluntad general o popular que el fondo sólo legitima el viejo adagio de querer salirse con la suya, sin importar el precio. De esta forma se entiende lo que afirma Christopher Domínguez, cuando escribe “ellos consideran la democracia como un estado permanente de agitación, el éxtasis colectivo y redentor que fluye entre el caudillo y la muchedumbre. Por ello disfrutan tanto de las manifestaciones y se posternan (sic) ante la asamblea que acata y festeja. De la democracia solo les interesa lo que buenamente entienden por soberanía popular y la voluntad general. Son para decirlo de manera muy elegante, más jacobinos que demócratas.”[4]

Se trata de una estrategia de coacción con el objeto de presionar, amedrentar e intimidar. El medio que se utiliza es la manipulación de las bases partidistas, con un discurso incendiario, agresivo y radical, anclado en la más pura cultura del machismo político mexicano.

Las preguntas que tenemos que hacernos son: ¿supone López Obrador y lo que dice representar una contribución a la mejora de las condiciones de vida de la población?, ¿es eficaz para los intereses de la izquierda a mediano y largo plazo, esta estrategia y estas acciones?, ¿fortalecen o debilitan a la democracia, a las instituciones o al país estas demostraciones?

López Obrador —editorializaba el periódico Los Angeles Times— estaría calculando mal si reacciona a los resultados electorales como si el país no hubiera cambiado nada en los últimos 20 años. Si López Obrador no respeta las reglas de la democracia, él mismo corre el riesgo de convertirse en el fraude más grande de esta elección.[5]

Uno de los problemas graves que produce la conducta de López Obrador es que, como dice Otto Granados Roldán, “su drama personal contribuye a anular —o por lo menos inhibe— las posibilidades de que México tenga, en un sentido amplio, una ciudadanía de alta intensidad, es decir, una ciudadanía que respeta los valores democráticos, cumple la ley y encuentra incentivos dentro y no fuera del marco acordado.”

La ilegítima e ilegal toma de protesta de López Obrador, el llamado a desconocer la ley, los derechos de los demás, el papel de las instituciones y los principios y valores democráticos, el abuso de la palabra por la frecuencia con la que miente deliberadamente, la falta de valores de convivencia mínimos, incluso al nivel de la cortesía y de las formas correctas, profundiza en su seguidores el déficit de ciudadanía que tenemos en el país y hace imposible el avance político.

El Frente Amplio Popular que forman el PRD, el PT y Convergencia está justificando y validando conductas antisociales, pues sus planteamientos y acciones llevan a la pérdida de la credibilidad de las instituciones, a la baja confianza hacia a las demás personas, a la escasa valoración de los actores políticos, sociales y económicos en México, a fomentar actitudes contrarias a la democracia, y finalmente a reeditar el caudillismo, el autoritarismo, el machismo y mando unipersonal que busca ser totalitario.

Felipe González y González[1]

[1] Profesor del área de Entorno Político y Social del IPADE y Presidente Ejecutivo del CEGI.
[2] Roger Bartra, “Fango sobre la democracia”, en Letras Libres, septiembre de 2006, p. 21
[3] En relación a las dificultades de la izquierda para aceptar la democracia y la legalidad, Roger Bartra señala que los “viejos hábitos ‘revolucionarios’ que desprecian el sistema electoral y la legalidad democrática se habían extendido y auspiciaban una reacción contra el proceso de transición iniciado en el 2000.” Roger Bartra, “Fango sobre la democracia”, en Letras Libres, septiembre de 2006, p. 18
[4] “Lo peor es que diferencias de apreciación tan agudas como las que separan a quienes pensamos que las elecciones fueron equitativas, justas y legítimas de los que consideran que fueron fraudulentas no pueden venir sino de concepciones mutuamente excluyentes (acerca) de qué es una democracia. Mientras que los liberales pensamos que la democracia se sustenta en conjunto de reglas verificables y anticlimáticas, buena parte de la izquierda tiene una noción bien distinta de democracia.” Christopher Domínguez Michael, “Servidumbre voluntaria”, en Letras Libres, septiembre de 2006, p. 38
[5] Los Angeles Times, editorial, 7-VII-06.

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