Joseph E. Stiglitz.
Taurus, 2006.
México, 433 págs.
En noviembre de 1999 un grupo de ministros se disponía a reunirse con motivo de la Organización Mundial del Comercio en Seattle, Estados Unidos. Cincuenta mil personas, inconformes con lo que mundialmente estaba sucediendo, lograron que el congreso se cancelara. Estas personas, cuya organización se dio mayoritariamente por Internet, se dieron a conocer como los globalifóbicos.
Ese otoño de 1999 el mundo haría consciencia sobre la globalización. A partir de ese momento se ha derramado tinta para uno y otro lado. ¿La globalización es o no un mal para el mundo?, se pregunta mucha gente. Ansiosa por una respuesta que dé certeza de futuro leen el periódico, un libro o ven las noticias. La globalización está allí frente a nosotros y lo único que deseamos es entenderla.
Al escuchar opiniones sobre este tema lo primero que debe uno preguntarse es si el problema es la globalización o los seres humanos que hacen uso de la globalización. De acuerdo con Stiglitz «no es la globalización en sí misma, sino la manera en que se ha gestionado» lo que ha causado descontento alrededor del planeta. Es un pensamiento muy claro. ¿Qué hacer, entonces, para gestionarla correctamente? A lo largo de Cómo hacer que funcione la globalización expondrá los defectos en los manejos de las políticas económicas y los aciertos que ha habido. Igualmente comparte ideas que esperan el momento de ser llevadas a la práctica.
Los títulos de cada capítulo sirven para vislumbrar el contenido y la aproximación de cada uno: «Otro mundo es posible», «La promesa del desarrollo», «Cómo hacer que el comercio sea justo», «Patentes, beneficios y personas», «Acabar con la maldición de los recursos», «Salvar el planeta», «La corporación multinacional», «La carga de la deuda», «Reformar el sistema global de reservas» y «Democratizar la globalización».
En cada uno desarrolla el tema tratado, los abusos perpetrados y algunas ideas sobre cómo mejorar las condiciones.
Al hablar de globalización no sólo hablamos de economía. Como su nombre lo indica, es global, abarca a todo y a todos. La globalización no sólo afecta los billetes que entran y salen de nuestra cartera, también influyen en nuestra forma de vida, cultura, salud, medio ambiente y política entre otras. La democratización de muchos países es un producto de ello.
De hecho, una de las tesis sostenidas a lo largo del libro es que las reformas que la globalización requiere son políticas, no económicas. Las negociaciones sobre los préstamos que los organismos internacionales otorgarán a cada país no son económicas, se llevan a cabo en el terreno de la política. Lo interesante de esta tesis es que deja entrever el porqué del boom de la izquierda en Latinoamérica. No se menciona explícitamente, pero es una conclusión que fácilmente se puede extraer.
Otro de los temas a resolver es el del comercio justo. Los tratados de libre comercio entre naciones no deben ser imposiciones que frenen el crecimiento de los países en vías de desarrollo sino incentivos que permitan su total avance. El desarrollo global es una ganancia total. Comprender esta premisa es fundamental para que la globalización sea un bien para todos. En palabras del Nobel de Economía 2001: «Para que la globalización funcione necesitamos un sistema económico internacional que equilibre mejor el bienestar de los países desarrollados y de los países en vías de desarrollo, un nuevo contrato social global entre los países más y menos desarrollados».
El medio ambiente es otro de los temas más estudiados. El calentamiento global no es ninguna broma. Todos los días es posible constatar, palpar, comprobar empíricamente que la Tierra está sufriendo cambios: huracanes, maremotos, inundaciones, incendios, inviernos nunca vistos acompañados de veranos cada vez más calientes. ¿Hasta cuándo comprenderemos que todos vivimos dentro de la misma burbuja azul? La contaminación nos afecta a todos. Esto también es globalización.
La globalización no es nueva. Los ojos del mundo la voltearon a ver y a prestar atención con el incidente de Seattle. Ahora que estamos más atentos a sus efectos es necesario que impulsemos reformas que beneficien a todos, pues todos compartimos el mismo espacio vital. La brecha entre la globalización económica y la política debe reducirse cada vez más para lograrlo. La tarea no es sencilla, pero por eso resulta más interesante.
Ese otoño de 1999 el mundo haría consciencia sobre la globalización. A partir de ese momento se ha derramado tinta para uno y otro lado. ¿La globalización es o no un mal para el mundo?, se pregunta mucha gente. Ansiosa por una respuesta que dé certeza de futuro leen el periódico, un libro o ven las noticias. La globalización está allí frente a nosotros y lo único que deseamos es entenderla.
Al escuchar opiniones sobre este tema lo primero que debe uno preguntarse es si el problema es la globalización o los seres humanos que hacen uso de la globalización. De acuerdo con Stiglitz «no es la globalización en sí misma, sino la manera en que se ha gestionado» lo que ha causado descontento alrededor del planeta. Es un pensamiento muy claro. ¿Qué hacer, entonces, para gestionarla correctamente? A lo largo de Cómo hacer que funcione la globalización expondrá los defectos en los manejos de las políticas económicas y los aciertos que ha habido. Igualmente comparte ideas que esperan el momento de ser llevadas a la práctica.
Los títulos de cada capítulo sirven para vislumbrar el contenido y la aproximación de cada uno: «Otro mundo es posible», «La promesa del desarrollo», «Cómo hacer que el comercio sea justo», «Patentes, beneficios y personas», «Acabar con la maldición de los recursos», «Salvar el planeta», «La corporación multinacional», «La carga de la deuda», «Reformar el sistema global de reservas» y «Democratizar la globalización».
En cada uno desarrolla el tema tratado, los abusos perpetrados y algunas ideas sobre cómo mejorar las condiciones.
Al hablar de globalización no sólo hablamos de economía. Como su nombre lo indica, es global, abarca a todo y a todos. La globalización no sólo afecta los billetes que entran y salen de nuestra cartera, también influyen en nuestra forma de vida, cultura, salud, medio ambiente y política entre otras. La democratización de muchos países es un producto de ello.
De hecho, una de las tesis sostenidas a lo largo del libro es que las reformas que la globalización requiere son políticas, no económicas. Las negociaciones sobre los préstamos que los organismos internacionales otorgarán a cada país no son económicas, se llevan a cabo en el terreno de la política. Lo interesante de esta tesis es que deja entrever el porqué del boom de la izquierda en Latinoamérica. No se menciona explícitamente, pero es una conclusión que fácilmente se puede extraer.
Otro de los temas a resolver es el del comercio justo. Los tratados de libre comercio entre naciones no deben ser imposiciones que frenen el crecimiento de los países en vías de desarrollo sino incentivos que permitan su total avance. El desarrollo global es una ganancia total. Comprender esta premisa es fundamental para que la globalización sea un bien para todos. En palabras del Nobel de Economía 2001: «Para que la globalización funcione necesitamos un sistema económico internacional que equilibre mejor el bienestar de los países desarrollados y de los países en vías de desarrollo, un nuevo contrato social global entre los países más y menos desarrollados».
El medio ambiente es otro de los temas más estudiados. El calentamiento global no es ninguna broma. Todos los días es posible constatar, palpar, comprobar empíricamente que la Tierra está sufriendo cambios: huracanes, maremotos, inundaciones, incendios, inviernos nunca vistos acompañados de veranos cada vez más calientes. ¿Hasta cuándo comprenderemos que todos vivimos dentro de la misma burbuja azul? La contaminación nos afecta a todos. Esto también es globalización.
La globalización no es nueva. Los ojos del mundo la voltearon a ver y a prestar atención con el incidente de Seattle. Ahora que estamos más atentos a sus efectos es necesario que impulsemos reformas que beneficien a todos, pues todos compartimos el mismo espacio vital. La brecha entre la globalización económica y la política debe reducirse cada vez más para lograrlo. La tarea no es sencilla, pero por eso resulta más interesante.
Por Roberto Rivadeneyra Quiñones.
Investigador del área de Entorno Político y Social del IPADE.
Investigador del área de Entorno Político y Social del IPADE.
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